domingo, 13 de abril de 2014

La nave de los locos

E la nave va! Asomado a un puente célebre de Venecia, de noche, desahuciado por la vida y a punto de saltar sobre el canal, me sorprendió de repente escuchar a lo lejos unos alaridos descarnados.

La niebla hacía real lo irreal, irreal lo real, no sé si podéis concebirlo. ¿Podéis, al menos, escucharlos? ¿O es que empiezo a escuchar voces como dice que hacen los locos antes de perderlo todo? ¿O es la voz de Dios que, finalmente, ha decidido manifestarse, resucitar, aunque sea en la forma de un idiota?

No, no soy yo, son ellos. O mejor Ello. Y entre la cortina brumosa de la noche se va dibujando poco a poco una luz creciente al fondo del canal. Y la luz temblorosa se convierte en barca navegando a la deriva. Los alaridos hielan el corazón, hacen que cada latido se ahogue en una angustia silente, inefable, insondable.

Lo que vi sobre la barca no puede ser descrito. Está más allá de toda explicación. Sólo la resurrección de los muertos en el Día del Juicio Final podría compararse. Cierro los ojos, pero la barca sigue allí, en mi cabeza: seres humanos y no humanos se confunden en una orgía sin sentido, gritos de hígados desgarrados, perlas ensangrentadas, risas sin fin que brotan de bocas oscuras sin fondo llenas de colmillos.

Todo lo que diga será poco, nada puede describir el infierno. Por eso al mismo tiempo que lo observo, como Ulises al oír el canto de las sirenas, siento que algo me llama hacia la nave sin rumbo, hacia sus tripulantes enloquecidos.

Y cuando la nave pasa bajo el puente, salto.

Francisco Lorente


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