martes, 21 de enero de 2014

Poema

Siempre esperanza
trae Tu abrazo.
Cuando me alejo
y me siento sola,
sé  que siempre
puedo volver a Ti
y fundirme en Tu abrazo.
Es un instante
que me colma,
es Tu mirada
la que me seduce siempre.
Todo lo llenas Tú
de nuevo,
y ya no tengo miedo
porque Tú estás conmigo.
A veces Te miro
y Te encuentro ausente,
perdido en Tu mundo,
pero en un solo gesto
sé que Tu amor por mi es infinito.


Pilar González P.

lunes, 13 de enero de 2014

Tipología de muertos

Mis muertos lo están porque ya no se encuentran en mí, que no quiero decir “conmigo”.

Su vida sólo tenía sentido cuando existieron para mí. Aquel momento y espacio se acabó, algo se los llevó. Como también se llevó a esos otros seres vivos que pululaban alrededor de aquél; ya perdieron su razón de ser.

Algunos muertos que tengo me hablan con su presencia. No dicen palabras. No me hablan de ellos sino de la que fui. Por eso ya no me produce pena su desaparición, sino más bien autocompasión. Ahora estoy obligada a ser otra.

Sin embargo, a veces, sueño con retroceder. No lo hago más que cuando estoy despierta, pero en ese estado de sopor. Después, a medida que el letargo desaparece, mi cuerpo se llena de tristeza. Enseguida me pongo a “hacer”, cualquier  cosa vale,  y aquélla se va esfumando poco a poco. Aunque sé muy bien que en algún momento el tiempo se parará; ya no tendré nada que hacer y habré de enfrentarme de nuevo a ese ejército de ataúdes que me acecha.

A lo mejor, un día, los miro y ya no podré imaginarme, ya no me veré allí, en el pasado, con ellos; entonces se irán. Por el momento siguen a mi vera y me he entretenido en clasificarlos en lo que he dado en llamar mi tipología de muertos. Ésta es:

Ø      Los odiados: nos hicieron sentir asesinos.
Ø      Los inmortales: no desaparecen de tu sombra. Te descubres girando la cabeza y están ahí, sin que tú los hayas llamado.
Ø      El que te obligó al placer y luego no supiste quién eras.
Ø      El enjambre que te atacó porque no les convenía tu vida.
Ø      El que creías que te amaba y sin embargo te dejó un pozo negro.
Ø      Aquél que pretendías dar alcance y cada vez estaba más lejos hasta que se hizo borroso.
Ø      Aquella amiga que traicionaste una vez y ahora no la encuentras ni en Facebook.
Ø      Aquella que jugaba contigo hasta que enfermó de adultez y ya no te reconocía.
Ø      Al que no supiste serle fiel y heriste en lo más hondo. Luego, la culpa te asaltaba de improviso.
Ø      Éste, sin quererlo él, un día lo viste sin ropas ante ti y todo lo anterior se volvió ligero, ligero, hasta que se evaporó por completo.
Ø      Los que pasaron fugaces cumpliendo un deseo.
Ø      Los que te protegieron de las tormentas hasta que un día te empezaste a empapar.
Ø      La que te peinaba cuando eras niña. Luego, ya nadie acarició tu cabeza.
Ø      Aquél que te hizo sentir que tú eras sólo piel.
Ø      El que te alimentaba con su olor.
Ø      Tu pequeño, al que no pudiste guardar, que te hizo creer que el mundo es un trozo de arcilla.
Ø      Al que amaste sin concierto. Entonces vivir significaba otra cosa.
Ø      Los innombrables: más que nada porque no se recuerdan sus nombres.
Ø      Los candidatos. Querrías tenerlos entre los muertos, pero no acabas de dejarles entrar.

En realidad, un muerto puede encajar en más de uno de estos tipos.


Para cerciorarse que uno de nuestros muertos ya no viene detrás de nosotros, es necesario no verlo durante mucho tiempo. Tanto, que un buen día, sorprendidos, nos preguntamos si es que le hemos olvidado.

Rafaela Gómez Lucena