Mis
muertos lo están porque ya no se encuentran en mí, que no quiero decir
“conmigo”.
Su vida sólo
tenía sentido cuando existieron para mí. Aquel momento y espacio se acabó, algo
se los llevó. Como también se llevó a esos otros seres vivos que pululaban
alrededor de aquél; ya perdieron su razón de ser.
Algunos muertos
que tengo me hablan con su presencia. No dicen palabras. No me hablan de ellos
sino de la que fui. Por eso ya no me produce pena su desaparición, sino más
bien autocompasión. Ahora estoy obligada a ser otra.
Sin embargo, a
veces, sueño con retroceder. No lo hago más que cuando estoy despierta, pero en
ese estado de sopor. Después, a medida que el letargo desaparece, mi cuerpo se
llena de tristeza. Enseguida me pongo a “hacer”, cualquier cosa vale, y aquélla se va esfumando poco a poco. Aunque
sé muy bien que en algún momento el tiempo se parará; ya no tendré nada que
hacer y habré de enfrentarme de nuevo a ese ejército de ataúdes que me acecha.
A lo mejor, un
día, los miro y ya no podré imaginarme, ya no me veré allí, en el pasado, con
ellos; entonces se irán. Por el momento siguen a mi vera y me he entretenido en
clasificarlos en lo que he dado en llamar mi tipología de muertos. Ésta es:
Ø
Los odiados: nos hicieron sentir asesinos.
Ø
Los inmortales: no desaparecen de tu sombra. Te
descubres girando la cabeza y están ahí, sin que tú los hayas llamado.
Ø
El que te obligó al placer y luego no supiste quién
eras.
Ø
El enjambre que te atacó porque no les convenía tu
vida.
Ø
El que creías que te amaba y sin embargo te dejó un
pozo negro.
Ø
Aquél que pretendías dar alcance y cada vez estaba
más lejos hasta que se hizo borroso.
Ø
Aquella amiga que traicionaste una vez y ahora no la
encuentras ni en Facebook.
Ø
Aquella que jugaba contigo hasta que enfermó de
adultez y ya no te reconocía.
Ø
Al que no supiste serle fiel y heriste en lo más
hondo. Luego, la culpa te asaltaba de improviso.
Ø
Éste, sin quererlo él, un día lo viste sin ropas
ante ti y todo lo anterior se volvió ligero, ligero, hasta que se evaporó por
completo.
Ø
Los que pasaron fugaces cumpliendo un deseo.
Ø
Los que te protegieron de las tormentas hasta que un
día te empezaste a empapar.
Ø
La que te peinaba cuando eras niña. Luego, ya nadie
acarició tu cabeza.
Ø
Aquél que te hizo sentir que tú eras sólo piel.
Ø
El que te alimentaba con su olor.
Ø
Tu pequeño, al que no pudiste guardar, que te hizo
creer que el mundo es un trozo de arcilla.
Ø
Al que amaste sin concierto. Entonces vivir
significaba otra cosa.
Ø
Los innombrables: más que nada porque no se recuerdan
sus nombres.
Ø
Los candidatos. Querrías tenerlos entre los muertos,
pero no acabas de dejarles entrar.
En
realidad, un muerto puede encajar en más de uno de estos tipos.
Para
cerciorarse que uno de nuestros muertos ya no viene detrás de nosotros, es
necesario no verlo durante mucho tiempo. Tanto, que un buen día, sorprendidos,
nos preguntamos si es que le hemos olvidado.
Rafaela Gómez Lucena